miércoles, 2 de abril de 2008
Polémica sin game over
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Mucho se habló (por razones obvias) de Columbine Massacre RPG, el juego de rol que recrea la masacre de Columbine. Desde su aparición el 20 de abril de 2005 -sexto aniversario de la matanza- su éxito continúa en aumento. Las descargas ya no se realizan solamente desde la página oficial, sino que varios portales lo postean para bajarlo. Tan polémico como descargado, el título da la posibilidad de 'manejar' a Eric Harris y Dylan Klebold, los dos adolescentes que mataron a 12 estudiantes y un profesor antes de suicidarse.
La masacre también fue llevada a la pantalla grande en la película Elefante, de Gus Van Sant y analizada por Michael Moore en su documental Bowling for Columbine. A mediados del año pasado, el creador de este particular juego (que se hace llamar Columbis) le dijo a un diario de Denver que deseaba que la gente se sacuda o al menos, reflexione. "Creo que el objetivo final es promover el diálogo sobre las masacres en las escuelas, la violencia, los medios y muchos otros", agregó. Para muchos, el juego es una atrocidad y lo único que provoca es más violencia. Para otros, por el contrario, significa el primer paso hacia la aceptación de los videojuegos como un medio legítimo para la expresión del pensamiento serio.
Los que coinciden con esta última mirada hablan de entretenimiento con conciencia. Varios juegos fueron nombrados con estas características, como el JFK Reloaded, que reproducía el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy y premiaba con una recompensa imaginaria de 100 mil dólares a la mejor pericia de los francotiradores. Según el autor servía para ver si más personas estuvieron involucradas.
Los que sostienen la primera opinión (la del repudio frente a los juegos violentos), indican que Columbine Massacre RPG incitó, por ejemplo, a Kimveer Gill, el joven que asesinó a una persona e hirió a otras 19 y que luego murió por disparos de la policía en una universidad de Montreal. Gill había confesado en su blog que era fanático del juego. Otro que nació polémico es Bully, de la compañía Rockstar, lanzado en octubre de 2006. La historia es la de un típico alumno conflictivo de colegio secundario, Jimmy Hopkins, un chico de 15 años que debe defenderse de los matones de un internado estadounidense ficticio.
Lamentablemente, los casos de esta magnitud se repiten en nuestro país (Carmen de Patagones; el asesino de Belgrano) y en el mundo. En todos los casos se dijo que los asesinos/suicidas intentaban recrear videojuegos del estilo de Doom, Counter Strike o el propio Columbine y que también Nietzsche, Marilyn Manson y la música gótica tenían parte de la culpa. En el caso de Columbine RPG la realidad inspiró al juego, pero en la masacre real... ¿el juego inspiró la realidad? Lo que es seguro es que sólo un pensamiento simplificador echaría la culpa de estas tragedias a los videogames. Así, los verdaderos problemas de contención, amor, convivencia, locura, armas ilegales y/o legales en manos equivocadas y disconformidad social, parecen quedar relegados.
POLEMICO Y EXITOSO. El trailer del juego que miles de chicos bajaron gratis de Internet.
Crime Life: Gang Wars
otro ejemplo el polemico
Grand Theft Auto IV - Roman Bellic
España fue conmovida por VIDEOGAME de rol
Con una filosa katana (especie de bayoneta) José Rabadán Pardo, un chico de 16 años asesino a sus padres y a su hermana de 12 años. El triple crimen conmocionó a la ciudad de Murcia y reabrió el debate sobre la presunta "peligrosidad" de ciertos juegos que ya estuvieron en el centro de otras tragedias (30 de abril de 1994, donde fue asesinado un trabajador de 52 años por un grupo de chicos que crearon "Raza, un juego asesino" un juego de rol donde debian matar a seres "inferiores").
La policia descubrió que el joven era un adicto a los videojuegos y avido lector de magia negra, satanismo y artes marciales. Ademas en la casa de José, los investigadores hallaron material de "Final Fantasy VIII", un juego de rol para PC cuyo personaje Squal Leonhart, de 17 años, luchaba contra sus adversarios armado con una espada similar a la katana que se utilizó para el asesinato.
Conocidos de José dijeron que al igual que el personaje él era taciturno y solitario; todo el tiempo hablaba de Squal Leonhart y sus luchas contra tiranos y opresores, identificandose hasta tal punto con el protagonista del juego que se peinaba igual. Incluso logró convencer a su padre para que le compre una katana, que afilaba todas las noches en su habitción.
José Rabadán Pardo logró huir de la policia (que fue alertada por los vecinos) aunque fue detenido el lunes en una estación de tren donde estaba junto a un amigo.
El debate está abierto, y es hora de dar respuestas dejando de lado los sensacionalismos ¿realmente son los juegos los que hacen asesinos a los integrantes de una sociedad? ¿O estos son una simple exteriorización de la violencia que ya existe en ella?
http://www.quintadimension.com/noticias21.html
http://www.tribunadocente.com.ar
ESTADOS UNIDOS: LA TOLERANCIA CERO MULTIPLICÓ LAS INJUSTICIAS |
Nora Biaggio |
Romina |
VIOLENCIA ESCOLAR O SISTEMA VIOLENTO
VIOLENCIA ESCOLAR O SISTEMA VIOLENTO
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Nora Biaggio |
Un análisis desde la subjetividad
| Violencia en las escuelas Fernando Osorio En este libro, Fernando Osorio brinda los frutos de una indagación paciente y necesaria. Con ella apunta a las raíces de la violencia que cunde en las escuelas. No se trata de un mero relevamiento de síntomas. Lejos de toda intención puramente descriptiva, el autor toma partido. Hunde las manos en el conflicto que lo convoca. Sin vacilaciones, desenmascara las fuentes del mal que a él, como a tantos de nosotros, también lo desvela. Y con sagacidad y firmeza recorre el repertorio de creencias, prejuicios e intereses que nutren, con su ceguera e impunidad, la alarmante prosperidad de la violencia en las escuelas. Los datos aquí reunidos y hábilmente relacionados respaldan siempre con fuerza probatoria las tesis que dan vida a esta lectura indispensable, lo que le permite al autor aportar propuestas orientadoras para abordar un asunto cuya solución no tolera más dilaciones. Es éste, en suma, un libro denso, minucioso, bien planteado, que nos ayuda a comprender por qué los niños, expuestos a la indigencia escolar en que se encuentran, pasan a ser auténticos marginados. Destituida de su significación fundamental, la infancia, afectada por una escolaridad espectral y sin rumbo, conforma la más grave deuda interna de la Argentina y del resto de América Latina. Santiago Kovadloff
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Qué hacer frente a un tema delicado y muy preocupante
Violencia en la escuela Qué hacer frente a un tema delicado y muy preocupante | |
El aumento de los hechos graves desde 1990 hasta ahora es geométrico y hay una relación indisoluble entre el avance de la pobreza y las agresiones de los chicos. Nadie parece estar preparado para dar una respuesta y encontrar la solución, por eso es importante empezar a trabajar en conjunto entre docentes y padres. Hace cuarenta o cincuenta años, cuando el docente ocupaba el lugar de la autoridad indiscutible dentro del aula, hubiera sido irrisorio pensar que la historia podía darse vuelta al punto de que hoy, los que van a la escuela con miedo son los maestros. Las políticas socioeconómicas generaron un deterioro que no es sólo económico sino social, porque se vinieron abajo los proyectos y los ideales. Los padres que no consiguen trabajo o que lo pierden sienten una frustración que se trasmite a sus hijos. La pérdida de los ahorros de toda la vida por el "corralito" y la comprobación de que muchos de los grandes delitos no reciben condena llegan a los oídos atentos de los chicos. Todo esto hace que el futuro, una palabra que debería ocupar un lugar central en su mente, esté desdibujada para ellos. Tal vez allí podría estar el disparador del aumento de la rebeldía a la hora de ir a la escuela y respetar las normas de conducta tanto como del aumento de la deserción. Guardapolvo o escudo Los primeros que detectan la violencia infantil son los maestros. Al principio era sólo entre compañeros, pero empezó a ser alarmante la agresión hacia los docentes. Antes era raro que un chico se enfrentara violentamente a un adulto, sobre todo si era su maestro o profesor. A lo sumo, los chicos podían mostrar cierta transgresión, haciendo chistes o llamando la atención de la clase, pero sin violencia. Hoy, si bien no es masivo, ocurre que algunos chicos contestan con agresiones, se levantan y se van del aula e incluso insultan o tratan de pegarle al docente y a veces lo hacen. No hay que caer en la confusión de pensar que son niños con una enfermedad o trastorno psiquiátrico, porque pueden no serlo. El marco disciplinario de las escuelas estaba preparado para contener las peleas previsibles entre los alumnos, pero las acciones violentas donde el maestro se encuentra parado frente a un menor de edad que lo agrede, desbordan ese marco y le restan peso a la sanción disciplinaria. Por ejemplo, si un niño de once años amenaza a su maestra mostrándole una navaja, no tiene sentido que lo manden a la dirección a hablar con una autoridad y firmar el libro de disciplina porque esa medida no hace mella en su comportamiento. Se necesita algo más. La historia previa al día D Para que haya violencia física hacia la maestra o alguien llegue con un arma a la escuela, a lo largo del camino pasaron cosas menores que ninguna autoridad pudo corregir. Por eso, llegada esa instancia, el límite que hay que poner es muy difícil. Los chicos que no pueden tolerar las normas o prestar atención, que no tienen capacidad de frustrarse (ellos quieren charlar o jugar durante la clase y no soportan que se los prohíban), aquellos a los que se saca constantemente del aula por su mal comportamiento, son chicos que no pueden socializarse y estar bien en ese ámbito. Este comportamiento tiene un correlato en el hogar, con lo cual, el primer paso que habría que dar es hablar con la familia. Papá y mamá La respuesta habitual cuando se convoca a los padres a las reuniones en la escuela es que se sólo asisten los que tienen chicos que no causan problemas, sobre todo si se trata de víctimas de la violencia, y falten en forma masiva los que tienen hijos que provocan disturbios. Las estadísticas son asombrosas: un 70 por ciento de los padres no concurre a las reuniones habituales de las escuelas. Pero cuando la búsqueda es puntual, cuando se cita a los padres de un chico por un problema en especial, la concurrencia es aun menor. S.O.S maestra Los docentes cuentan con un equipo técnico dentro de la escuela y si no con el gabinete psicopedagógico que les brinda ayuda, salvo en las escuelas rurales pero, de todos modos, la situación en esas establecimientos es muy distinta a la de los centros urbanos. Una de las funciones de los docentes es estar atentos a la conducta de los chicos para frenar la violencia antes de que se pase del límite. Durante una pelea fuerte entre chicos, el docente tiene que tratar de disuadirlos mediante la palabra y, si no lo logra, tiene que pedirle a otro chico que llame en forma urgente a otro docente y, entre los dos, procurar que cese la violencia. Esto tiene que ver con la seguridad jurídica de los maestros, quienes tienen explícitamente prohibido tocar a los alumnos. Tras cada hecho, deben asegurarse de que quede registrado e insistirle al gabinete para que actúe. De acuerdo a las resoluciones del ministerio de Educación, no se puede echar a un chico de la escuela para no generar deserción: las autoridades tienen que buscarle una solución al problema. Cuando la conducta es demasiado incontrolable y pone en riesgo a sus compañeros, a los docentes y a sí mismo, hay que derivarlo para que se le haga un Psicodiagnóstico que determine si está en condiciones de seguir en esa clase o si se debería buscar un colegio de educación especial para él. Como política educativa, es necesario que a los chicos se les presente un ámbito propicio de acuerdo a su problemática psicosocial. El chico que está verdaderamente excluido y marginado no es el que va a un curso o a una escuela especial, sino al que se lo saca constantemente del aula por los disturbios que causa. En un lugar educativo más acorde a él, por ejemplo, en un aula de ocho alumnos y no de treinta o cuarenta, ese chico seguirá siendo difícil, pero mucho más manejable. Cuando un chico transgrede los limites mucho más allá de lo normal, se genera mucha angustia en el resto de sus compañeros porque ven que un niño como ellos atraviesa el freno interno que impide hacer todo lo que se les pasa por la cabeza y eso, en personas que se están formando, genera mucho desasosiego. Por eso, cuando sale del aula el compañero violento, el alivio no es sólo para la maestra sino también para él y para sus compañeros, porque el curso vuelve a tener problemas de conducta esperables y no incontrolables. | |
Asesoramiento: Lic. Fernando Osorio - Coordinador Docente del Posgrado Psicoanalítico Psicopedagogía Clínica de Centro Dos |
Escuela, delito y violencia
Escuela, delito y violencia
Gabriel Kessler*
Históricamente la escolaridad y el delito fueron pensados como dos actividades contrapuestas: la escuela era responsable, junto a la familia, de una socialización exitosa, distribuyendo las credenciales necesarias para entablar una vida adulta integrada; mientras que el delito era una de las opciones residuales para aquellos que quedaban excluidos o poco favorecidos por el sistema educativo. En los últimos años esta situación cambió. Por un lado, un rasgo novedoso de la década del 90 es el fin de la mutua exclusión entre trabajo y delito. La inestabilidad del mundo del trabajo, entre otras causas, lleva a la emergencia de un segmento de jóvenes que combina actividades legales e ilegales para sobrevivir, lo que en un libro reciente llamamos "delito amateur"1. Por el otro, respecto de la escuela, datos oficiales para 1998 señalan que el 58 por ciento de los menores de 18 años imputados por infracciones contra la propiedad en la Provincia de Buenos Aires, declaraban que estaban concurriendo al colegio. Constatación que obliga a modificar los interrogantes habituales: el eje no es solo el impacto de la deserción sino, entre otras, dos cuestiones que tratamos en esta nota: el lugar de la educación en la vida de estos jóvenes y la relación entre delito y escuela.
Experiencia personal y sentido de la educación
En una investigación reciente sobre jóvenes que cometieron delitos, los entrevistados manifiestan una disyuntiva central acerca de la escuela: más allá de valorar el hecho de estar alfabetizados afirmaban -en particular sobre la escuela media- que no entienden nada y que lo que aprenden no les sirve para nada. Sin embargo, hay un punto en que la propia experiencia se disocia del juicio general, puesto que cuando no hacen referencia a la propia escolaridad, valoran la educación en general como agente legítimo de socialización y movilidad social. La escuela es importante para "ser alguien en la vida", "para conseguir trabajo" porque "sin escuela no sos nada".
La disyunción entre experiencia individual y juicio general nos provoca reflexiones contrapuestas. Una mirada pesimista diría que cuando valoran la escuela repiten un discurso ajeno, que no ha sido construido ni internalizado por ellos. Una postura optimista, al contrario, resaltaría que -a pesar de la escasa relación con sus experiencias- la escuela y la educación todavía están ahí, formando parte del campo imaginario de estos jóvenes, presente en sus ideas y su percepción de futuro. Y aun cuando haya elementos para sostener ambas posiciones, es innegable que la postura de estos jóvenes expresa la persistencia de una demanda a la escuela por una experiencia más significativa, por aprender algo. Al fin y al cabo, cuando se ufanan de lo fácil que es la escuela, de que "con 30 hojas en la carpeta tirás todo el año" o de que casi no les dan tarea -pese a que enseguida afirman no hacerla-, también expresan una demanda a la escuela, se denota un interés por más que les resulte difícil expresarlo. Es que para estos jóvenes la escuela es la única institucion que todavía tiene un peso en la posibilidad de pensar otros futuros y opciones posibles.
En la investigación mencionada nos interesó ver también la percepción de directores y docentes sobre la violencia en la escuela. De las entrevistas en escuelas consideradas "difíciles" en el Gran Buenos Aires emergían tres problemas principales. En primer lugar, se relatan juegos violentos que los mismos estudiantes consideraban "sólo juegos". Se plantea una primera cuestión: lo que para los docentes -y nosotros- es claramente violencia, pareciera ser tipificado de manera distinta por sus protagonistas: como un juego, no cuestionable entonces. Habría una falta de entendimiento básico sobre aquello que es violencia y aquello que no lo es. En segundo lugar, los docentes estaban también preocupados por la creciente violencia de los varones hacia las nenas. Esbozan la hipótesis de que esto expresaría un modelo de masculinidad, compartido por padres e hijos varones, ligado al ejercicio de la violencia como manera de reafirmar una identidad que presenta uno de sus elementos estructurantes -el rol de proveedor- en crisis. Por último, la violencia no es privativa de la relación entre compañeros, sino que docentes entrevistados se quejaban de la agresividad de muchos padres.
¿Cuál es la posición institucional sobre estos problemas? Se delinean dos posturas distintas. En ciertas escuelas prima la política de separar a los chicos más violentos pues atacan a sus compañeros, impiden el desarrollo de las clases y generan un ejemplo negativo al resto ("un adicto produce otro adicto"decía un maestro de 7° grado), posición que es reforzada por la presión de muchos alumnos y de sus padres. Los directivos de tales escuelas no se justifican con un discurso abiertamente excluyente o reaccionario; sino en la carencia de recursos, tiempos y saberes para encarar solos el problema. Los casos problemáticos exigen mucho trabajo y atención, en detrimento del grueso de los alumnos, lo que también genera conflictos. El resultado buscado, más que la expulsión, es negociar el pase a otro colegio, el abandono temporario ("hasta que se calme"), o la rápida terminación del ciclo.
La posición opuesta la encontramos en directivos que, aun reconociendo las dificultades, afirmaban que preferían tratar de mantener a los chicos en la escuela a toda costa, porque aunque no aprendan nada mientras estén allí al menos están supervisados. En esas escuelas se produce un desplazamiento general de roles: los docentes y directivos concentran el grueso de su energía en la cuestión disciplinaria, y los porteros y administrativos controlan las puertas y los muros para que los chicos no se escapen.
La pregunta que estas reflexiones abren es acerca de qué debe hacer la escuela. No hay recetas ni una respuesta fácil. Nuestra investigación muestra un desdibujamiento generalizado del concepto de ley como marco normativo para muchos de los jóvenes y en todas las dimensiones estudiadas, no solo en la escuela. Ella no es, por supuesto, ni la responsable ni tampoco la que puede sola restaurar un marco de ley en un sentido amplio. Ni la familia, ni las comunidades barriales, ni el mundo del trabajo pueden hoy resolver por sí solos los conflictos que se desarrollan tanto en su interior como en otros ámbitos que de un modo u otro los afectan. Ahora bien, cierto es que la escuela sola no puede, que debe buscar aliados a fin de restablecer sentido y futuro para una parte importante de los jóvenes de nuestro país. No cabe duda de que la escuela tiene un rol protagónico porque, como dijimos, a pesar de todos los problemas y carencias que sufre, es quizás la única institución en la que todavía confían, a la que todavía demandan y de la que esperan que contribuya a crear otro futuro posible.
* Universidad Nacional General Sarmiento/CONICET
1 Kessler, Gabriel. Sociología del delito amateur. Buenos Aires. Paidós. 2004.
Violencia en escuelas: familias en la mira
Por María Farber. Especial para Clarín.com
conexiones@claringlobal.com.ar
Madres y padres solteros o ausentes, hermanos que se hacen cargo de todo, familias ensambladas, parejas homosexuales. La diversidad de los nuevos modelos de familia se instaló en la sociedad y los frutos de este amor (o desamor) repercuten en las escuelas. Cuál es el efecto de la llegada de las familias del nuevo milenio a las aulas y de qué forma se relacionan (o no) con la multiplicación de la violencia, será tema de discusión este jueves en el Seminario Anual 2006 Violencia en las Escuelas, a cargo del abogado Néstor Solari y el psicoanalista Fernando Osorio, en la Facultad de Derecho.
"Otros modelos diferentes a la familia tipo surgieron como reflejo de la
Según datos oficiales, el primer cuatrimestre de 2005 cerró con más de 14 mil denuncias por agresiones físicas en escuelas de la Provincia de Buenos Aires. La Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires recibió 170 denuncias (ver recuadro) entre 2000 y 2005 provenientes de colegios de Capital Federal y que comprenden, agresiones físicas, verbales y psicológicas. El Observatorio de Violencia en las Escuelas creado luego de la tragedia de Carmen de Patagones, con el objetivo de medir los niveles y la distribución de la violencia a nivel nacional, realizó en 2005 un relevamiento entre 60 mil estudiantes, por ahora se están procesando los datos y se espera que los análisis finales se concreten en un par de meses. Mientras tanto
Lo que aparece como punto de partida
Pero la pregunta es ¿Los modelos de la familia de la postmodernidad son responsables en alguna medida del fenómeno? "Las nuevas conformaciones generan nuevos sujetos, nuevos roles, nuevos valores y ordenamientos sociales. Y por sobre todas las cosas, lo que genera culturalmente es la degradación del modelo
Para Brawer las escuelas se adaptaron
Desde que Junior disparó el arma de su papá en Carmen de Patagones y dejó a todo el país en estado de shock, los colegios empezaron a tomarse más enserio la violencia. Acaso con temores exacerbados. "Vimos casos: aquellos chicos que muestran determinadas características, un carácter retraído, reciben un seguimiento más pormenorizado, que excede en mucho a la sana preocupación. Esto no es sólo responsabilidad de las escuelas, está muchas veces incentivado por los padres. El chico termina siendo señalado, incluso nombrado de determinada manera dentro del curso", cuenta Gustavo Lesbegueris, defensor adjunto del
En la Defensoría del Pueblo porteña se reciben cada año más denuncias vinculadas a violencia en escuelas, "pero no sólo se da entre pares, la violencia en las escuelas también se da entre el director y los docentes, entre padres y docentes", explica Lesbegueris. Faltan herramientas y espacios de contención y reflexión para los docentes, que se ven obligados a hacer frente a demandas que exceden por mucho sus funciones específicas. La
"Las llamamos familias mutiladas. En los márgenes de la escala social, lo social, económico y
La violencia va a la escuela
La violencia va a la escuela
Chicos contra chicos.Chicas contra chicas y también contra chicos. Los casos en el país se multiplican cada vez con más frecuencia. Sólo en los primeros cuatro meses del año, se detectaron 14.199 casos de agresiones físicas a alumnos bonaerenses. Yel último año, en la Capital, se denunciaron 176 episodios violentos en escuelas. ¿Esto tiene solución? Todavía no aparece.
Alba Piotto.
apiotto@clarin.com
Es simple. La mecha para el primer fogonazo se enciende fácil. Una mirada y vos-qué-mirás . Un pechazo y ella-medijo-que-vos-dijiste , un insulto al pasar, porque sí. Y punto. No hacen falta más excusas. Las aulas de las escuelas públicas, privadas, del conurbano o de plena Capital, son una caja de resonancia donde tarde o temprano, los chicos parecen descargar esa suerte de turbulencia por la que transitan desde hace tiempo. Y recién cuando algún caso salta el cerco de la escuela y se hace público, para muchos el mundo real hace plop como un chicle globo. Aunque, en realidad, no hay demasiado de qué asombrarse.
Por sólo nombrar algunos casos del año escolar que termina por ahora deja estas luces de “¡alto, peligro!”: una chica de 15 años fue golpeada por tres compañeros a la salida de la Escuela Técnica N°1 de La Plata, y terminó en el hospital. Otra nena, de 11, fue agredida por alumnas del sexto grado de la Escuela N°9 de
Villa Lugano. Le rompieron la clavícula. ¿Motivo? “Porque se hacía la linda y es una tonta”, habrían argumentado las agresoras. Hay más. Un informe del Ministerio de Educación de Catamarca dio a conocer que en los últimos seis meses, se duplicaron los casos de violencia en las escuelas de la provincia. En Presidencia Roque Saenz Peña, Chaco, un nene de séptimo grado fue a clase -en la Escuela N° 327- con una tumbera (una escopeta de fabricación casera) cargada con balas de calibre 36. Y un adolescente de 16 apareció frente a sus compañeros con una carabina calibre 22, en una escuela de enseñanza técnica de Neuquén. Una piba de 18 años apuñaló con un cuchillo de cocina a otro alumno en una escuela de Santa Fe durante una discusión. Y un chiquito de séptimo año del EGB, en José León Suárez, amenazó con una pistola 22 a un compañero de clase.
¿Bowling for Columbine? No, Argentina 2005.
Pero, ¿por qué habría que pedirles cordura full time a unos chicos cuyos padres, por ejemplo, son capaces de ir a trompear a una maestra porque no están de acuerdo con las notas que pone? ¿O cuando los adultos dirimen una discusión de tránsito con un tiro homicida en plena autopista? Bullying es el nombre que usan
los expertos para definir estas situaciones de violencia entre estudiantes. Un término inglés que denomina a los procesos de intimidación y victimización entre iguales, entre compañeros de aula, donde el maltrato va mutando desde el acoso verbal hasta los hechos.
Chicos contra chicos. Chicas contra chicas. Chicos contra chicos. Todos contra todos. A la hora de encontrar una respuesta, las causas tienen un nudo tan íntimo y familiar como social, en el que la historia pasada, la de ayer nomás y la de hoy, se constriñe cada día un poco más, y que, por ahora, no indica haber llegado a su límite. ¿Víctimas o victimarios? ¿Dónde está la diferencia?
Los terribles
El pibe tiene 15 años y el pelo teñido de amarillo huevo. Está en noveno año, el último ciclo del EGB de una escuela de Ingeniero Budge, a unos 20 minutos del Obelisco. Barrio de márgenes, de necesidades, de relaciones conflictivas, de inseguridad. Pero aún ante este cuadro de situación, la escuela no es de las más
problemáticas de la zona. Y su directora aceptó abrir las puertas para que VIVA escuche por boca de sus alumnos cómo capitalizan ellos el estado cotidiano de esa larva violenta que se instaló puertas adentro. Pero es sólo una muestra. Lo mismo podría escucharse, con matices, en cualquier punto del país.
No habrá nombres propios que los identifiquen, porque son menores; tampoco de la escuela en cuestión.
La primera bandada –y no de blancas palomitas precisamente– llega cuando termina el recreo. En el pizarrón hay resabios de una clase elemental de inglés. A los pibes les entusiasma la idea de contar sus códigos intraescolares. La voz cantante tiene dueño: el pibe teñido de rubio. Alto, delgado, entrador. Cualquiera se dejaría ganar por su cara de buen pibe. Y nadie duda que lo sea. Aunque por el momento, lidera una bandita (pandilla, le dicen) que maneja los hilos y los humores, no sólo de su entorno, sino también de la clase y de todo el resto de la escuela. Además, tiene muy buenas notas, algo que le da un handicap interesante. Para sus compañeros, es un ejemplo. Eso de “hace lío, pero es buen alumno”. Y los profesores reconocen que es muy inteligente. Pero cuando pega algún faltazo, su ausencia se nota: el resto está más relajado. “¿Cómo son las cosas acá? A estos les pegamos siempre”, arranca el rubio señalando a otros cuatro que lo miran con nerviosa mudez. “Ya lo saben: nosotros les vamos a pegar siempre”, azuza con una sonrisita candorosa. ¿Por qué pegarles? “Porque es así. Los que se dejan pegar y no hacen nada,
son unos tontos. Y estos son unos tontos. Se la tienen que bancar”. Se ríe el rubio y ríen sus “hermanos”,
como se llaman entre sí. Y los que cobran también se ríen, entre incómodos y nerviosos. Es curioso observar el dibujo que hicieron acomodándose en el aula. Los hermanos en el centro, y allá en el fondo, dos pibes inmutables, con el sigilo perturbado. No miran; no dicen ni mu. A lo mejor querrían estar en Marte cuando La re pandilla o Los mafiosos o Los terribles (como también se autodenominan), hablan entre excitados y verborrágicos.
El líder va por más: “A éste no le puedo pegar”, ningunea a uno que lo mira de refilón. Y se cuela una carga de adrenalínica humillación. El aludido refunfunea algo entre dientes, pero ni siquiera le sostiene la mirada al rubio. Obvia el comentario. Pero, ¿hasta cuándo? Sí querría estar descargando el aguijón que le acababan de clavar. “Y a aquél –siguen los terrible s– le hicimos aspirar una tiza entera. La molimos bien hasta que quedara hecha polvo, como si fuera cocaína, ¿vio? y se la tuvo que aspirar toda. Después andaba medio boleado”. Ja, ja,ja,ja. Al pibe agredido, un borrador le quitó la sonrisa. Contagio. Eso dice que tienen. Se les pegan las ganas de hacer lío o de estar malhumorados. “Cuando uno de nosotros viene sin ganas de nada contagia a todo el grupo. Y nos contagiamos el mal humor”, cuenta el de ojitos verdes, carita de ángel precoz.
Las causas son varias: algún problema familiar que traen colgado del cuello (y de los que prefieren no hablar) o porque se levantaron con la luna atravesada. Y en ese pastiche de posibilidades, caen los que vienen de afuera. La repandilla relata, con gran agitación, que el año pasado un compañero se quiso autoagredir (cortarse las venas, cuentan ellos) “porque nosotros lo molestábamos y, en parte, porque no entendía matemáticas”. El pibe terminó yéndose a otro colegio.
Pero no fue el único episodio de acoso insoportable. Dicen que si no los paran, cuando se agarran a las piñas, “nos matamos”. Y admiten, con férrea sinceridad, que “no está bien” manejarse en esos términos. Pero “es lo que hay”, define el líder del grupo como toda razón y justicia. Eso sí, en el futuro se ven, orgullosos, como servidores públicos: quieren ser policías.
Adentro y afuera
Violencia verbal. Acoso.Golpes. Gallos de riña picoteándose sin razón y ¿sin sentido? ¿Qué pasa con estos pibes que hablan de sus hazañas como quien se encuentra con viejos compañeros a repasar travesuras, algunas pavotas, es cierto, como la de tirar una naranja contra el ventilador de techo encendido para que toda el aula termine como un jugo de frutas? ¿Qué pasa con ellos cuando buscan socavar las resistencias de sus iguales?
Un relevamiento sobre violencia realizado por la Dirección de Psicología y Asistencia Social Escolar bonaerense, dio algunos resultados inquietantes sobre lo que pasa en el adentro y en el afuera de las escuelas de la provincia, donde van casi 4,5 millones de alumnos repartidos en 16 mil colegios. (Ver Cifras preocupantes ). Los números encabezan el maltrato emocional, físico, las peleas entre grupos rivales. Y le
siguen los robos, accidentes, uso de armas, consumo de drogas y alcohol, maltrato sexual, intentos de suicidios y suicidios, y dos asesinatos. “El estudio abarcó situaciones que nos permiten tener un conocimiento global de la violencia que vivien los chicos en el adentro y el afuera de la escuela”, explica la licenciada Lilian Armentano, de la Dirección de Psicología provincial.
Según la funcionaria, muchas veces los conflictos entre pares en la escuela empiezan en el afuera, en los barrios donde viven o en los lugares donde van a bailar: “Y lo que no se dirimió en el afuera, termina dirimiéndose en el adentro”. Cuestiones territoriales, antagonismos, peleas por un chico o por una chica. Por diferencias en el aspecto físico o por potencialidades intelectuales. Los expertos hablan de esa perturbadora necesidad de “aniquilar” al otro que subyace en todo el problema de la violencia.
“Es importante remarcar que estos pibes no nacen violentos, sino que van tomando conductas del medio donde viven”, explica Armentano.
Y define: “La violencia entre pares también tiene que ver con la época en que se vive”. La funcionaria actuó, entre otros, en el caso de Junior, el chico de Carmen de Patagones que hace un año produjo una masacre.
Para los especialistas, la degradación económica convirtió a muchos hogares en generadores de una tensión inusual. Donde la autoridad parental se rompió, y los que traen el sostén son los mismos chicos. “Y en ese caso, si no proveo, no puedo poner ley ni orden”, ensaya Armentano, en relación a la nueva relación en el seno familiar.
En la Defensoría del Pueblo porteña hay 147 expedientes de denuncias de violencia en las escuelas de la Ciudad entre pares, de maestros a alumnos, de padres a maestros y de directivos a docentes. “Las escuelas se convirtieron en espacios sociales donde repercuten sin filtros una realidad social; no son burbujas ni templos del saber como en otras épocas”, estima Gustavo Lesbegueris, defensor adjunto.
“Y los docentes están sobrepasados”, agrega. ¿Ejemplos? En una escuela de Palermo, un chico fue a clase con una escopeta de aire comprimido. Otro, con una faca (arma casera), le dio un puntazo a una profesora que se desmayó de pánico. Un nene de una escuela primaria del Bajo Flores llevó una pistola en su mochila. Y en una escuela católica, a la salida de una misa, las piñas dejaron atrás el saludo de la paz entre
chicos de sexto y séptimo. El incidente terminó en un juzgado, acusados de lesiones y amenazas. Si se hace una progresión de las denunicas en la Defensoría porteña, la escalada va en ascenso desde el 2001.
Un pibe de una escuela privada de Caballito, clase media, también habla de grupos rivales que se buscan hasta que terminan con la nariz sangrando o el dedo fracturado, como ocurrió hace pocos días con una chica de su colegio, a quien agarraron a golpes otras adolescentes, por causa de un noviecito. “Las peleas son porque uno es de Flores y el otro de Floresta, o de La Paternal. Y en general, las piñas son en los alrededores de la escuela. Adentro, esta más o menos controlado todo”, comenta el pibe de Caballito.
¿Las chicas? Van a la par: “A veces las tenemos que separar nosotros (los varones) para que no se maten”, admite el adolescente, hijo de profesionales. Rivadavia y Nazca, los sábados puede ser un buen escenario para que se crucen los grupos que suelen ir a bailar en los boliches de la zona.
Vínculos alterados
Hay varias manifestaciones del comportamiento antisocial en las escuelas. El psiquiatra Infanto Juvenil, Héctor Basile, de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, repasa algunas características: la disrupción en el aula (alumnos que impiden el desarrollo normal de una clase), los problemas de disciplina (resistencia,
boicot, desafío o insulto al docente), la discriminación (al bolita, paragüa, yorugua, o al obeso), el maltrato entre compañeros ( bullying , que incluye amenazas y la violencia física). La eficacia del bullying está en el
silencio del agredido, porque se siente ridiculizado y bloquea su posibilidad de hablar.
En cuanto a la irrupción de la violencia por el lado femenino, Basile responde: “Están cambiando los arquetipos ligados al género, a relacionar la violencia con lo masculino y poner a la mujer en otra posición más tierna y contenedora”. Los tiempos son otros y “muchas veces la sociedad fuerza a las mujeres al falso
dilema donde ejercer la violencia es ejercer paridad de derechos con los hombres”.
Las chicas de Budge entran al aula como un torbellino: “¿Qué dijeron los chicos de nosotras?”. En realidad, ni las nombraron. Pero ellas arremeten: “Ellos hacen lío para hacerse los machos, los guapitos”, dicen sin
bajar los decibeles de voz. “Y nos discriminan”, se quejan al unísono. Pero no se quedan atrás: “A mí me molestaba uno y terminé dándole un cachetazo. Se la tuvo que comer”, suelta una. A la del buzo negro y verde, por habladurías, cuenta, un grupo de pibas del barrio la agredieron. “Yo de a una me la bancaba, pero cuando fueron seis o siete, ya no. Entonces vinieron ellas (las de su grupo) a ayudarme”. ¿Edades?
Entre 13 y 15 años.
¿Y qué piensan ellas de esas pibas que le rompieron la clavícula a otra en una escuela de Villa Lugano? Respuesta inmediata: “Está muy bien que se la hayan dado si se hacía la linda”. Cuestión de parámetros. “No te podés hacer la linda”, regula una. Desde la Secretaría de Educación porteña, Roxana Perazza,
evalúa “con preocupación y señal de alerta” el estado de violencia en las escuelas porteñas. Y agrega
que es un fenómeno que puede y debe ser analizado y trabajado desde la escuela, con las familias: “Tenemos claro que la escuela no es una usina generadora de violencia, sino que la violencia social, a veces, se manifiesta en la escuela”. Es evidente, dice Perazza, que “un alumno que comete un hecho violento no deja de ser un chico que demanda algunas cuestiones que los adultos tenemos que escuchar”.
Para Gustavo Iaies, presidente del Centro de Estudio de Políticas Públicas, especialista en educación,
esa demanda reside en “la dificultad en los adultos en poner límites; a los padres les está costando mucho hacer de padres y los pibes terminan construyéndose uno propio”. Pero es evidente que algo más se rompió. Iaies dice que se hizo trizas el contrato entre la escuela y la familia. “El modelo de escuela estaba ajustado a un modelo de familia que cambió. Y a los educadores les está costando mucho entender el proceso de cambio social. Seguimos pensando que la escuela es la misma de siempre. Y no se dieron cuenta de la dimensión del cambio”.
Los chicos, acaso, estén avisando. Así, descarnadamente.
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La identidad como motor del cambio
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